Es el último danzón realizado para el álbum y está dedicado a mi hija que ahora tiene cuatro años. En su contenido se resumen muchas de las experiencias creativas adquiridas a lo largo de mi acercamiento al género. Aquí se aprecian cabalmente influencias armónicas, fraseológicas y orquestales del jazz, pero que se expresan siempre a través del tamiz del danzón. En el montuno he integrado el tejido rítmico del mozambique de estilo neoyorkino, que se ensambla a partir de la clave de son, a diferencia del estilo cubano que fundó Pello “el afrokán” elaborado sobre la clave de rumba. Al final del danzón añadí un pequeño fragmento donde se escuchan sólo las percusiones con tal de apreciar cabalmente el ensamble rítmico del mozambique. Esta es la única pieza del álbum que integra el saxofón barítono, instrumento de voz profunda y afectuosa al cual le encomendé un solo en la sección B. La melodía de este solo fue originalmente un arrullo que brotó espontáneamente una noche en que intentaba dormir a Valentina durante su primer año de vida.
Inició como un ejercicio de armonía cuando estudiaba en el Conservatorio de las Rosas. Recuerdo que Pablo, un compañero que lo revisó, me comentó que no le gustaba que el tema inicial tuviera saltos interválicos tan grandes (décima y octava), ni que la segunda semifrase iniciara con una síncopa (compás 7). Nunca le dije que en realidad estaba componiendo un danzón donde buscaba que la trompeta hiciera una onomatopeya de los timbales, y donde la síncopa es un rasgo muy característico del estilo. Posteriormente, ese ejercicio compuesto para piano se transformó en el estribillo de esta pieza y quise agregar pasajes donde el uso del contrapunto cobrara relevancia. Se encuentran en las secciones A, B y partes en de dueto o trío en el montuno. En la parte final busqué recrear el estilo de los danzones cubanos de principios del siglo XX, que se tocaban en formato orquestal de charanga.
El primer bosquejo de este danzón lo hice en Sanlúcar de Barrameda, el histórico puerto de la provincia de Cádiz desde el cual zarpó la primera embarcación que dio la vuelta al mundo, al mando de Magallanes. Escuché el lento solo de trompeta de la sección A cuando bajaba una cuesta, aún impresionado por visitar la bodega de vinos Barbadillo, y conocer y probar el poético proceso para elaborar la manzanilla con la técnica del velo de flor.
Fue primero un bolero al estilo de la vieja trova yucateca. Inició como una plática bohemia con mi amigo escritor Rafael Toriz, en la cual nos propusimos hacer una colección de boleros que calaran hondo en el alma, sobre temas reales o ficticios. Esta pieza tiene una letra muy particular, pues trata un tema tabú en la literatura habitual del bolero: la infidelidad masculina cantada en primera persona. Tomé la composición original y la convertí en la sección A de este danzón, así que la letra de esta parte es de mi amigo Rafa. Al orquestarlo agregué el estribillo y el montuno. Al notar la ausencia de alguna referencia a Chetumal en la letra original decidí agregarla en el texto del final.
La idea inicial fue hacer un danzón con el aura del adagio de la Serenata para alientos núm. 10 de Mozart, conocida como la Gran Partita. Es por ello que en la sección A destaca el tejido polifónico de notas largas en los alientos, en un tutti orquestal. Como contraste agregué solos acompañados en la sección B. El montuno está compuesto sobre una base de son cubano y hay una especie de interludio donde regreso a la idea del tejido contrapuntístico agregando los alientos de uno en uno, antes de la coda final. Este fue el primer danzón que compuse. La primera versión data de 1998, la cual fue corregida y reorquestada para incluirla en este proyecto.
Danzón dedicado a la orquesta xalapeña del mismo nombre, dirigida por el maestro Javier Soriano, saxofonista de mucha experiencia en el ámbito de la música bailable. El montuno sigue los patrones rítmicos del mambo y recupera la forma de incorporar la campana que utilizó la orquesta de Israel López “Cachao”. En este elegante estilo la campana no comienza a tocar desde el comienzo del montuno sino que entra haciendo un trémolo en el cuarto tiempo del segundo compás, se extiende durante todo el siguiente y hace silencio en el cuarto compás. Es hasta el quinto compás que la campana comienza a hacer su patrón rítmico habitual.
Recibe la influencia de la armonía habitual del blues, donde los grados I, IV y V se encuentran estructurados como un acorde de séptima de dominante. Para reforzar el tono azul integré el uso de las llamadas blue notes en las líneas melódicas. Originalmente lo compuse utilizando guitarra eléctrica en lugar de piano como instrumento de acompañamiento armónico. Esto dio pie a la introducción del solo con distorsión en el montuno, pero no me gustó que en ese momento desapareciera la base armónica en tumbao. La solución fue cambiar el acompañamiento de guitarra por el de tres cubano y dejar el solo de guitarra como un elemento sorpresa para el final. Siguiendo esta misma idea se me ocurrió agregar una sorpresa más, y así integré el solo de sintetizador Moog Model-D. Estos cambios hacen un guiño a elementos estilísticos del rock de los años 60 y 70, reforzando así el carácter blusero del danzón. Termina con una progresión armónica que recuerda los ragtimes de Nueva Orleans.
Fue antes un bolero compuesto para un documental que tenía una temática un tanto arrabalera, cuya protagonista era un personaje real. El realizador se tituló con este proyecto de la Universidad de Stanford. Me pidió una música inspirada en una pieza de Agustín Lara. Finalmente, consiguió el permiso de la viuda de Lara para utilizar la propia música del maestro en la película, y por ello mi bolero no se utilizó, así que decidí rehacerlo como danzón. Ya tenía estribillo, pues el bolero comenzaba con una parte introductoria que se hacía con requinto, al estilo de los tríos de antaño, como los Tres Reyes o Los Panchos. La melodía de aquella parte es la que aquí tocan los clarinetes y el sax tenor en tres octavas diferentes. El montuno lo decidí componer en guajira. Ahí aproveché el texto añadido en el coro para convertir al personaje central en una salerosa jarocha del Veracruz profundo, vecina del legendario barrio porteño de La Huaca. Conservé el nombre original.
Danzón dedicado a René “Papín” Varela, quien es un connotado maestro timbalero de Paso de Ovejas, Veracruz. Mi relación con él comenzó cuando recababa información para realizar mi tesis de maestría, que precisamente trató sobre la historia de su instrumento en el danzón orquestal de Cuba y México. Además de ser portador de un estilo percutivo muy rico rítmica y expresivamente, René es una de las personas más dicharacheras y amables que he conocido en mi vida. Al final de la tesis ya lo consideraba mi amigo, y el aprecio se hizo extensivo también a su familia. Siempre he pensado que su secreto para mantenerse en tan buena forma (parece que tiene 20 años menos) radica en vivir con tanta pasión la ejecución del danzón, pues cuando toca los timbales su energía se eleva como un tsunami. En la sección del montuno trabajé con los patrones del calipso lento. La idea del coro es hacer un juego de trabalenguas con onomatopeyas del sonido de los toques de timbal.
El estribillo vino a mi mente luego de pasar varias horas frente al mar, durante esa actividad llamada pesca con caña desde costa, que es para mí un tipo de meditación. Pensaba en que toda la vida había brotado en el mar. Los solos de las secciones A y B están inspirados en el extraordinario arreglo de Dámaso Pérez Prado al Cerezo rosa de Louiguy, mismo que inmediatamente me hace retornar a gratísimos momentos vividos en Cuba durante mi infancia. Cuando estuve cerca de dos meses en el Campamento Internacional de Pioneros de Varadero, en 1987, todos los días, a las 7:00AM, comenzaban a sonar por los altavoces los deliciosos glisandos de trompeta del magistral arreglo del “Rey del Mambo”, no hubo un solo día que no me levantara lleno de la energía del trópico. El montuno lo desarrollé en mambo, con acordes mayores con séptima que bajan a intervalos de segunda mayor. Un coro de metales extiende los acordes hacia la trecena mientras un diseño melódico en los clarinetes aportada la base armónica.
Es probablemente el danzón que más se apega al estilo tradicional. Eso tiene que ver con que comencé a escribirlo hace muchos años, cuando me inicié en el estudio de la sintaxis de su idioma a partir de partituras cubanas de danzas y danzones decimonónicos. En aquel momento no conseguí plasmar en la pauta la idea que buscaba, sin embargo, guardé el bosquejo para seguirlo puliendo, y porque sentía que tenía “algo”. Empaqué aquel papel en mi maleta cuando decidí mudarme a la ciudad de Morelia, Michoacán, para estudiar composición, en el año 2001. Un día lo encontré y recordé aquello que quería escribir años antes. Ya con otros ojos vi su potencial y logré finalmente realizar la idea en un danzón para piano. La búsqueda inicial quedó plasmada en la sección B, la parte más lenta. Se trata de dos melodías que van en sentido contrario (las trompetas ascienden mientras los clarinetes descienden) haciendo un juego de síncopas continuas. Tomé la idea del movimiento inicial del Stabat Mater de Giovanni Battista Pergolesi, uno de los compositores que más estudié durante mi etapa autodidacta. Un día leí los Cuentos Peregrinos de Gabriel García Márquez, en cuyo prólogo el autor explicó que había cargado con ellos por el mundo, hasta que decidió revisarlos. Recuerdo haber pensado que también tenía mis danzones peregrinos.
Danzón dedicado a José Luis Araiza, con quien comparto además el gusto por el arte taurómaco. La selección de la dotación orquestal está inspirada en una recopilación de sus pasajes favoritos en la literatura musical danzonera, idea que agradezco, porque me hizo explorar vías instrumentales por las cuales no habría transitado por cuenta propia. En la reorquestación aquí presentada añadí un segundo violín para darle más cuerpo al sonido de la cuerda, e incrementé su participación a lo largo de la pieza para darle más relevancia en el álbum. Consideré necesario, además, regrabar la parte de teclado eléctrico original por una de piano, con el fin de tener la unidad de instrumentos acústicos de mi preferencia: contrabajo, piano y timbales con parche de piel. El montuno es un son rico en síncopas, rasgo que lo acerca a la timba cubana.
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